Historia secreta de la Edad Media

von: Tomé Martínez Rodríguez

Nowtilus - Tombooktu, 2019

ISBN: 9788413050041 , 384 Seiten

Format: ePUB

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Historia secreta de la Edad Media


 

Capítulo 1


Los primeros monjes


Desde su advenimiento, el cristianismo fue una religión perseguida en el Imperio romano. Todo esto cambio para siempre con el reinado del emperador Constantino, heredero directo de las sucesivas crisis que durante el siglo III marcaron el posterior declive del Imperio. En el año 312 Constantino promocionó una cultura de tolerancia del cristianismo, pero también de otras confesiones. Esta política favoreció la rápida difusión de esta religión, lo que acabaría por convertir una confesión minoritaria y perseguida en la doctrina oficial del Estado bajo el mandato de Teodosio, allá por el año 392. Con la proclamación del Edicto de Milán no solo se legalizó una fe proscrita, sino que muchos edificios destinados al culto cristiano sufrieron una profunda transformación al ser redecorados de manera suntuosa. A partir de este momento, el cristianismo acabaría difundiéndose más allá del Imperio con el paso de los siglos.

El monacato cristiano fue una figura clave en el éxito de la propagación de aquella nueva religión. En sus orígenes, los monjes de Oriente fueron decisivos al influir notablemente en el desarrollo posterior de los colectivos religiosos y su misión de transmitir la palabra de Cristo al mundo.

Para los historiadores, el desarrollo del monacato es considerado decisivo en la expansión del cristianismo oriental. San Antonio fue la figura clave de este movimiento en Oriente. La Vida de San Antonio, la principal fuente que ha llegado hasta nosotros de él y su aventura espiritual en el desierto, adolece de datos rigurosos: se reseñan supuestos acontecimientos de carácter histórico, evocaciones y fenómenos extraordinarios. Aún así, constituye un precioso referente para los antropólogos interesados en una lectura psicológica y social del individuo. De hecho, esta obra constituye nuestra única referencia documental sobre el personaje. El libro se convirtió en todo un clásico de la espiritualidad hasta el punto de despertar numerosas vocaciones.

Pintura sobre tabla de san Antonio Abad (Museo Bizantino de Atenas, Grecia)

Todo dio comienzo cuando Antonio decidió vivir durante veinte años aislado de su familia y de su comunidad en un fuerte abandonado en el desierto. Durante todo ese tiempo llevó a la práctica el ascetismo en un ambiente que acabaría por inspirar su propia regla. Su forma de vida sedujo a un nutrido número de anacoretas y cenobitas que quisieron compartir con él la práctica de la autodisciplina y la lucha contra los demonios y espíritus del mal en la más absoluta pobreza material. Sin embargo, san Antonio no fue el pionero de estas prácticas ascéticas, mucho antes que él hubo otros practicantes que renunciaron al mundo. Cuando Antonio era joven supo de un hombre que vivía en una localidad cercarna, y muy probablemente este personaje se convirtió en una inspiración para él a la hora de encaminar su existencia al mundo espiritual. Hubo otros personajes como Palamón o su discípulo Pacomio. Este último, aunque admiraba a san Antonio, acabó institucionalizando otro tipo de monacato inspirado en la vida en común. En el monasterio cada uno de los integrantes de esa comunidad tenía el deber de cumplir ciertas obligaciones diarias aunque su regla no era tan estricta.

Siempre se ha pensado que el origen del monacato estuvo en Egipto, pero ahora sabemos que las fuentes de aquella «revolución espiritual» estuvieron en numerosos lugares desperdigados por Oriente. Esto ha dado lugar a interesantes especulaciones. Puede que los fundadores de este tipo de vida se hubieran inspirado en algún contacto con el budismo, pero también con el paganismo egipcio. Se sabe que los reclusos de los templos de Serapis vivían en régimen de clausura, combatían a los demonios, renunciaban a sus bienes materiales y practicaban la ascesis. De todos modos se admite que Egipto fue la cuna de los monjes más influyentes y famosos del recién nacido movimiento monacal.

Las experiencias «sobrenaturales» de los monjes fueron tomadas al pie de la letra por sus coetáneos. Sin duda muchas de estas tienen su explicación en los estados alterados de conciencia, la mera fantasía o la superstición, pero también en hechos reales. La vida de estos monjes en el desierto les permitía tener una serie de vivencias que, según ellos, les conectaban con lo divino y en última instancia con Dios. Esas experiencias tenían una lectura espiritual que les permitía presentarse ante la comunidad como hombres con capacidades extraordinarias. Por ejemplo, a San Antonio acudían numerosas personas buscando la sanación. Algo parecido a lo que pasa aún en nuestros días en algunas culturas donde existe la figura destacada de un hombre «santo», curandero o chamán.

Las formas de ascesis eran heterogéneas. Para empezar, no existía un solo tipo de monje; por un lado estaban los anacoretas como san Antonio y por otro los cenobitas. Uno de los grandes retos a los que se enfrentaba un religioso era llegar a un estado mental y espiritual conocido como «apatheia». Conseguirla significaba alcanzar la imperturbatio; un peculiar estado anímico a través del cual se lograba experimentar una profunda serenidad que propiciaba la paz espiritual, la realización de milagros y la pérdida de interés por pecar y hacer el mal. La técnica para alcanzar este nivel espiritual fue descrita por Paladio en su obra Historia Lausiaca: «Para alcanzar la apatheia deberemos alejarnos del mundo por medio de la reclusión, superar los vicios del alma y conseguir las virtudes de la obediencia, la castidad, la caridad, y la humildad. También es recomendable llevar a cabo labores manuales e intelectuales así como la cumplimentación de ciertos deberes con la sociedad». Solo el ascetismo más riguroso podía garantizar el cumplimiento de metas tan sublimes para un postulante a la santidad. Todos los días el monje debía enfrentarse a las tentaciones y lo que es más importante, al mismísimo diablo. Por eso los que habían conseguido llegar a la santidad eran constantemente retados por este ser maligno. Era su deber inexcusable enfrentarse a él y estar preparados para la lucha contra el príncipe de las tinieblas en cualquier momento y lugar.

La lucha contra el demonio en el desierto ya la vemos retratada en el Nuevo Testamento cuando Jesús decidió marchar al desierto durante cuarenta días y cuarenta noches, donde sería retado por el maligno en varias ocasiones. Se trata, por lo tanto de una figura esencial en la tradición cristiana. Los monjes que moraban en el desierto creían tener frecuentes encuentros con diferentes demonios a los que se enfrentaban asidua y duramente. Estaban convencidos de conocer la naturaleza de estos espíritus malignos. San Antonio los describió como seres que al principio fueron creados por Dios en el mundo celestial pero acabaron inclinándose hacia el mal, perdiendo su naturaleza celestial; por eso son considerados ángeles caídos: «hacen todo lo que pueden para obstaculizarnos el camino de los cielos y que no ocupemos el lugar que ellos perdieron». De todos esos demonios el más temido era conocido como demonio del mediodía. Juan Casiano (360-435) fue un testigo de excepción que vivió de cerca el auge del monacato. En sus escritos plasmaba la forma en la que el demonio se apoderaba del alma de los monjes y como influía negativamente esta posesión en su estado de ánimo y en definitiva en su proyecto monástico personal.

Ilustración de san Pacomio (en códice etíope)

Con la persuasión el demonio intenta que el monje abandone su regla monástica. Las fuentes que han llegado hasta nosotros sobre el proceder del demonio nos describen a un ser que agrede a sus víctimas con violencia. Por esa razón los monjes tenían por norma que alguien montase guardia toda la noche mientras ellos dormían. El demonio del mediodía adquiría múltiples aspectos, desde los más monstruosos, hasta los más sensuales. Era común que se manifestara ante los demás con forma de serpiente venenosa o con rasgos humanos deformes; pero también podía mostrarse a sus víctimas como una hermosa mujer desnuda. San Antonio describió algunas batallas espirituales en donde el enemigo encarnaba el apego, el amor o el placer, pero de todas ellas salía victorioso gracias a su determinación y constancia.

Pacomio, al que nos hemos referido antes, fue el promotor de la vida en comunidad, donde la obediencia, la castidad y la pobreza eran los pilares sobre los que pivotaba la vida del cenobita. Dentro de los muros del monasterio pacomiano se admitía hasta un máximo de veinte monjes que oraban en celdas. El interior del recinto lo conformaban varias viviendas, una iglesia, un refectorio, huertos, una biblioteca, una bodega y una cocina. Las labores de sus integrantes estaban regladas, pero a diferencia del ascetismo, como lo hemos acotado, la regla de los cenobitas no era tan rígida en sus preceptos, por lo que primaba el trabajo sobre ciertas obligaciones formales de carácter religioso.

Otra figura fundamental en el monacato oriental fue san Basilio, que reformó el cenobitismo. Para ello se apoyó en «las virtudes y la jerarquía»; dos elementos que le sirvieron de orientación en su pretensión.

Las reformas de san Basilio tendrían a la larga, sin él saberlo, una impronta positiva en la cultura europea. Y es que en lo que respecta a la vida del monje en el monasterio, recomendó el estudio del mundo clásico y de la...