Decidido

Decidido

von: Robert Sapolsky

CAPITÁN SWING LIBROS, 2024

ISBN: 9788412779738 , 560 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

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Preis: 12,99 EUR

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Decidido


 

01

Tortugas hasta el fondo

Cuando estábamos en la facultad, mis amigos y yo teníamos una anécdota que contábamos a menudo; decía así (y nuestra narración era tan ritualista que sospecho que, cuarenta años después, es casi textual).

Parece ser que William James estaba dando una conferencia sobre la naturaleza de la vida y el universo. Al finalizar, una anciana se le acercó y le dijo:

—Profesor James, está equivocado.

—¿Cómo es eso, señora? —preguntó James.

—Las cosas no son en absoluto como usted dice —respondió ella—. El mundo está a lomos de una tortuga gigante.

—Hum —dijo James, desconcertado—. Puede ser, pero ¿dónde está esa tortuga?

—A lomos de otra tortuga —respondió ella.

—Pero, señora —dijo James con indulgencia—, y esa tortuga, ¿dónde está?

Y la anciana respondió triunfante:

—Es inútil, profesor James. Son tortugas hasta el fondo.[1]

¡Cómo nos gustaba esa historia! Siempre la contábamos con la misma entonación. Creíamos que nos hacía parecer graciosos, profundos e interesantes.

Utilizábamos la anécdota como burla, una crítica peyorativa a alguien que se aferraba inquebrantablemente a lo ilógico. Si estábamos en la cafetería y alguien decía algo sin sentido, y además su respuesta al ser rebatido empeoraba las cosas, inevitablemente uno de nosotros decía con suficiencia: «¡Es inútil, profesor James!», a lo que la persona, que había escuchado repetidamente nuestra estúpida anécdota, respondía inevitablemente: «¡Que te den! Escucha, sí que tiene sentido».

He aquí el propósito de este libro: aunque pueda parecer ridículo y carente de sentido explicar algo recurriendo a una infinidad de tortugas hasta el fondo, en realidad es mucho más ridículo y absurdo creer que en algún lugar ahí abajo hay una tortuga flotando en el aire. La ciencia del comportamiento humano demuestra que las tortugas no pueden flotar, y que, en cambio, sí hay tortugas hasta el fondo.

Alguien se comporta de una manera determinada. Puede que sea una forma de comportarse maravillosa e inspiradora, puede que sea espantosa, puede que todo dependa de la mirada del espectador o puede que simplemente sea algo trivial. Y a menudo nos hacemos la misma pregunta básica: ¿por qué se produjo ese comportamiento?

Si crees que las tortugas pueden flotar en el aire, la respuesta es que simplemente ocurrió, que no hubo ninguna causa más allá de que esa persona simplemente decidió desarrollar ese comportamiento. La ciencia ha dado recientemente una respuesta mucho más precisa, y cuando digo «recientemente» quiero decir en los últimos siglos. La respuesta es que el comportamiento ocurrió porque algo que lo precedió hizo que ocurriera. ¿Y por qué se produjo esa circunstancia previa? Porque algo que la precedió la provocó a su vez. Todo son causas anteriores, sin una sola tortuga flotante ni una causa sin causa. O, como canta María en Sonrisas y lágrimas, «nada viene de la nada, nada podría venir jamás de la nada».[2]

En resumen, cuando uno se comporta de una manera determinada, es decir, cuando el cerebro genera un comportamiento concreto, es debido al determinismo que le precede, que fue causado por el determinismo anterior y el anterior a este, y así sucesivamente. El enfoque empleado en este libro es mostrar cómo funciona ese determinismo: analizar cómo la biología sobre la que no tenías ningún control, en interacción con el entorno sobre el que no tenías ningún control, te hizo ser tú. Y cuando la gente afirma que hay causas sin causa de tu comportamiento que ellos llaman «libre albedrío», es porque (a) no han reconocido o no conocen el determinismo que acecha bajo la superficie o (b) han concluido erróneamente que los escasos aspectos del universo que sí funcionan indeterminadamente pueden explicar tu carácter, moralidad y comportamiento.

Una vez aceptada la noción de que cada aspecto del comportamiento tiene causas previas deterministas, cuando un comportamiento se observa se puede saber por qué ocurrió: como se acaba de señalar, por la acción de las neuronas en tal o cual parte del cerebro en el segundo anterior.[3] Y en los segundos o minutos anteriores, esas neuronas fueron activadas por un pensamiento, un recuerdo, una emoción o ciertos estímulos sensoriales. Y en las horas o días anteriores a que se produjera ese comportamiento, las hormonas circulantes dieron forma a esos pensamientos, recuerdos y emociones, y alteraron la sensibilidad del cerebro a determinados estímulos ambientales. Y en los meses o años anteriores, la experiencia y el entorno cambiaron el funcionamiento de esas neuronas, haciendo que algunas desarrollaran nuevas conexiones y se volvieran más excitables, y provocando lo contrario en otras.

Y así, nos precipitamos décadas atrás en la identificación de causas antecedentes. Para explicar por qué se produjo ese comportamiento hay que reconocer que durante la adolescencia se estaba construyendo una región cerebral clave, moldeada por la socialización y la aculturación. Más atrás, la experiencia de la infancia influye en la construcción del cerebro, y lo mismo ocurre con el entorno fetal. Y aún más atrás, hay que tener en cuenta los genes heredados y sus efectos en el comportamiento.

Pero aún no hemos terminado. Porque todo en tu infancia, empezando por cómo te criaron a los pocos minutos de nacer, está influido por la cultura, es decir, por los siglos de factores ecológicos que influyeron en el tipo de cultura que inventaron tus antepasados y por las presiones evolutivas que moldearon la especie a la que perteneces. ¿Por qué se produjo ese comportamiento? Por interacciones biológicas y medioambientales, hasta el fondo.[4]

Como asunto central de este libro, todas esas son variables sobre las que tienes poco o ningún control. No puedes decidir sobre todos los estímulos sensoriales de tu entorno ni sobre tus niveles hormonales de esta mañana; no puedes decidir sobre el hecho de que algo traumático te ocurriera en el pasado, ni sobre el estatus socioeconómico de tus padres, ni sobre tu entorno fetal, ni sobre tus genes, ni sobre si tus antepasados fueron agricultores o pastores.

Permíteme afirmarlo de manera más general, probablemente demasiado para la mayoría de los lectores en este momento: no somos ni más ni menos que la suerte biológica y ambiental acumulada, sobre la que no hemos tenido ningún control, que nos ha llevado hasta un instante dado. Para cuando acabemos, serás capaz de recitar esta frase hasta en tus irritados sueños.

Hay todo tipo de aspectos del comportamiento que, aunque ciertos, no son relevantes para lo que nos ocupa. Por ejemplo, el hecho de que algunos comportamientos delictivos puedan deberse a problemas psiquiátricos o neurológicos. Que algunos niños tengan «diferencias de aprendizaje» por la forma en que funciona su cerebro. Que algunas personas tengan problemas de autocontrol porque crecieron sin modelos decentes o porque todavía son adolescentes con un cerebro de adolescente. Que alguien haya dicho algo hiriente simplemente porque está cansado y estresado, o incluso por una medicación que está tomando.

Todas estas son circunstancias en las que reconocemos que a veces la biología puede influir en nuestro comportamiento. En esencia, se trata de una bonita agenda humanitaria que apoya los puntos de vista generales de la sociedad sobre el albedrío y la responsabilidad personal, pero que recuerda que hay que hacer excepciones para los casos extremos: los jueces deberían tener en cuenta las circunstancias atenuantes de la educación de los delincuentes a la hora de sentenciar; los asesinos juveniles no deberían ser ejecutados; el profesor que da estrellas doradas a los niños que aprenden a leer debería hacer algo especial también por ese niño con dislexia; los responsables de admisiones universitarias deberían tener en cuenta algo más que las notas de corte para los solicitantes que han superado retos únicos.

Estas son ideas buenas y sensatas que deberían instituirse si se decide que algunas personas tienen mucho menos autocontrol y capacidad para elegir libremente sus actos que la media, y que a veces todos tenemos mucho menos control del que imaginamos.

Todos podemos estar de acuerdo en eso; sin embargo, nos dirigimos hacia un terreno muy diferente, con el que sospecho que la mayoría de los lectores no estarán de acuerdo, que es decidir que no tenemos libre albedrío. Estas serían algunas de sus implicaciones lógicas: que no puede existir la culpa, y que el castigo como retribución es indefendible; por supuesto, debemos impedir que las personas peligrosas dañen a otras, pero hagámoslo tan directamente y sin prejuicios como retiraríamos de la carretera un coche con los frenos defectuosos. Que puede estar bien elogiar a alguien o expresarle gratitud como intervención instrumental, para hacer más probable que repita ese comportamiento en el futuro, o como inspiración para otros, pero nunca porque se lo merezca. Y que esto se aplica a ti cuando has sido inteligente o disciplinado o amable. Y ya que estamos, que reconozcas que la experiencia del amor está hecha de los mismos bloques de construcción que constituyen los ñus o los asteroides. Que nadie se ha ganado el ser tratado mejor o peor que los demás ni tiene derecho a ello. Y que tiene tan poco sentido odiar a alguien como odiar a un tornado porque supuestamente decidió arrasar tu casa, o amar a una lila...