Vivir sin mentiras - Manual para la disidencia cristiana

Vivir sin mentiras - Manual para la disidencia cristiana

von: Rod Dreher

Ediciones Encuentro, 2021

ISBN: 9788413393971 , 240 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: DRM

Mac OSX,Windows PC für alle DRM-fähigen eReader Apple iPad, Android Tablet PC's Apple iPod touch, iPhone und Android Smartphones

Preis: 9,99 EUR

eBook anfordern eBook anfordern

Mehr zum Inhalt

Vivir sin mentiras - Manual para la disidencia cristiana


 

Introducción

Siempre está la creencia falaz de que: «aquí no podría pasar lo mismo; aquí es imposible que pasen esas cosas». Ay, el mal del siglo veinte se puede dar en cualquier sitio de la tierra.

Aleksandr Solzhenitsyn1

En 1989 cayó el Muro de Berlín y con él el totalitarismo soviético. Atrás quedó el Estado policial comunista que había esclavizado a Rusia y a la mitad de Europa. La Guerra Fría que había dominado la segunda mitad del siglo XX llegó a su fin. La democracia y el capitalismo florecieron en las naciones que antes estaban bajo su yugo. La era del totalitarismo cayó en el olvido, para nunca más representar una amenaza para la humanidad.

O eso dicen. Yo, como la mayoría de los americanos, creía que el peligro del totalitarismo era agua pasada. Hasta que en la primavera de 2015 recibí una llamada de un desconocido que parecía alterado.

La persona que tenía al otro lado del teléfono era un eminente médico estadounidense. Me decía que su anciana madre, una inmigrante checoslovaca en Estados Unidos, había pasado seis años de su juventud como prisionera política en su tierra natal. Ella había formado parte de la resistencia católica anticomunista. Ahora, a sus más de noventa años, la anciana vive con su hijo y su familia, y ha contado recientemente a su hijo estadounidense que los acontecimientos de los que son testigos ahora en este país le recuerdan la época en la que el comunismo desembarcó por primera vez en Checoslovaquia. ¿Qué desató su preocupación? Noticias sobre el histérico linchamiento colectivo en redes sociales a una pizzería de un pequeño pueblo de Indiana cuyos propietarios, cristianos evangélicos, dijeron a un periodista que no servirían el encargo de una boda entre personas del mismo sexo. Tan abrumadoras fueron las amenazas de muerte y a su propiedad —incluyendo las de un usuario de la plataforma Twitter, que twitteó un llamamiento a quemar la pizzería— que los dueños del restaurante echaron el cierre por un tiempo. Mientras tanto, las élites liberales, especialmente en los medios de comunicación, normalmente tan atentas al peligro de que las turbas amenacen la vida y el sustento de las minorías, no se preocuparon por el asalto a la pizzería, que se produjo en el contexto del más amplio debate sobre la colisión entre los derechos de los homosexuales y la libertad religiosa.

El médico nacido en Estados Unidos dijo que había escuchado a sus padres inmigrantes advertirle sobre los peligros del totalitarismo durante toda su vida. No se había preocupado; después de todo, estamos en Estados Unidos, la tierra de la libertad, de los derechos individuales, una nación bajo Dios y el imperio de la ley. Estados Unidos nació de la búsqueda de la libertad religiosa y siempre se había sentido orgulloso de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos que la garantizaba. Pero ahora algo de lo que estaba sucediendo en Indiana le hizo plantearse si su madre tendría razón.

Es fácil tomarse este tipo de cosas a risa. Muchos de los que tenemos padres ya mayores estamos acostumbrados a tener que convencerles para que no se tiren desde un cuarto piso, por así decirlo, después de que el telediario avivara su miedo y ansiedad ante el mundo que se abre más allá del umbral de su puerta. Supuse que probablemente este era el caso de la anciana checa.

Pero había algo que me desconcertaba en la tensión que sentía en la voz del médico y en el hecho de que se hubiera sentido obligado a ponerse en contacto con un periodista que ni siquiera conocía, diciéndome, además, que sería demasiado peligroso para mí mencionar su nombre si escribía sobre él. Empecé a preguntarme lo que él mismo se preguntaba: ¿qué pasa si la vieja checa ve algo que el resto de nosotros no vemos? ¿Qué pasa si realmente nos encontramos ante un giro hacia el totalitarismo en las democracias liberales occidentales y no podemos verlo porque toma una forma diferente a la de antaño?

Durante los años siguientes, hablé con muchos hombres y mujeres que alguna vez habían vivido bajo el comunismo. Les pregunté qué pensaban de la declaración de la anciana. ¿Pensaban también que la vida en Estados Unidos se dirige hacia algún tipo de totalitarismo?

Todos dijeron que sí, a menudo de manera enfática. Mi pregunta les sorprendió en muchos casos porque consideran que la ingenuidad de los americanos en este tema no tiene remedio. Al hablar extensamente con algunos de los emigrantes que buscaron refugio en Estados Unidos, descubrí que están realmente enfadados porque sus compatriotas estadounidenses no reconocen lo que está sucediendo.

¿Qué hace que la situación que emerge en Occidente sea similar a aquella de la que huyeron? Después de todo, toda sociedad tiene reglas, tabúes y mecanismos para hacerlos cumplir. Lo que desconcierta a quienes vivieron bajo el comunismo soviético es esta similitud: las élites y las instituciones de élite están abandonando un liberalismo anticuado, basado en la defensa de los derechos del individuo, para reemplazarlo por un credo progresista que considera la justicia en términos de grupos. Anima a las personas a identificarse con grupos —étnicos, sexuales y de otros tipos— y a pensar en el Bien y el Mal como una cuestión de dinámica de poder entre los grupos. Lo que impulsa a estos progresistas es una visión utópica, una que les mueve a tratar de reescribir la historia y reinventar el lenguaje para reflejar sus ideales de justicia social.

Además, estos progresistas utópicos están cambiando constantemente los estándares de las ideas, del discurso y del comportamiento. Uno nunca puede saber con seguridad cuándo los que ostentan el poder le van a perseguir como a un villano por haber dicho o hecho algo que estaba perfectamente bien el día anterior. Y las consecuencias de violar los nuevos tabúes son extremas, e incluyen perder el modo que tienes de ganarte la vida y arruinar tu reputación para siempre.

Hay gente que se está convirtiendo instantáneamente en paria por haber expresado una opinión políticamente incorrecta o haber provocado de alguna u otra forma a una turba progresista, que amplifica su chivo expiatorio a través de las redes sociales y los medios de comunicación convencionales. Bajo el disfraz de «diversidad», «inclusión», «equidad» y otras jergas igualitarias, la izquierda crea poderosos mecanismos de control del pensamiento y del discurso y margina a los disidentes tachándolos de malvados.

Para los estadounidenses que nunca han vivido este tipo de aturdimiento ideológico, es muy difícil reconocer lo que está sucediendo. Sin duda, sea lo que sea, no es un calco de cómo era la vida en las naciones del bloque soviético, con su policía secreta, sus gulags, su estricta censura y su privación material. Ese es precisamente el problema, advierten estos emigrantes. El hecho de que, en relación con las condiciones del bloque soviético, la vida en Occidente siga siendo tan libre y tan próspera es lo que ciega a los estadounidenses ante la creciente amenaza a la que se ve sometida nuestra libertad. Eso, y la forma en que los que nos privan de libertad lo formulan en un discurso de liberación de las víctimas de la opresión.

«Nací y crecí en la Unión Soviética, y me tiene francamente sorprendido lo que se parecen algunos de estos acontecimientos a la forma en que operaba la propaganda soviética», dice un profesor universitario que ahora vive en el Medio Oeste.

Otro profesor emigrado, este de Checoslovaquia, fue igual de directo. Me dijo que comenzó a notar el cambio hace alrededor de una década: sus amigos bajaban la voz y miraban de reojo quién tenían alrededor al expresar opiniones conservadoras. Cuando él manifestaba sus creencias conservadoras en un tono de voz normal, los americanos comenzaban a inquietarse y analizaban cada punto de la sala para ver quién podría captar sus palabras.

«Crecí así», me dice, «pero se suponía que esto no pasaría aquí».

¿Qué está pasando aquí? El papa Benedicto XVI considera que la sociedad está cayendo presa de una militancia progresista —y profundamente anticristiana—. El papa Benedicto la describe como una «dictadura global de ideologías aparentemente humanistas» que empuja sin tregua a los disidentes a los márgenes de la sociedad. Benedicto llamó a esto una manifestación del «poder espiritual del Anticristo»2. Este poder espiritual adquiere forma material en el gobierno y las instituciones privadas, en las corporaciones, en la academia y los medios de comunicación, y en las prácticas cambiantes de la vida cotidiana estadounidense. Cuenta con capacidades tecnológicas sin precedentes para vigilar la vida privada. Prácticamente no queda ningún lugar donde esconderse.

El viejo y duro totalitarismo tenía una visión del mundo que requería la erradicación del cristianismo. El nuevo totalitarismo blando también, y no estamos equipados para resistir su más taimado ataque.

Como sabemos, el comunismo era militantemente ateo y declaró la religión su enemiga mortal. Los soviéticos y sus aliados europeos asesinaron al clero y arrojaron a un número incontable de creyentes, tanto ordenados como laicos, a prisiones y campos de trabajo, donde muchos sufrieron tortura.

¿Y hoy? Occidente se ha vuelto poscristiano, y un gran número de los nacidos después de 1980 rechazan la fe religiosa. Esto significa que, no solo se opondrán a los cristianos cuando defendamos nuestros principios, en particular, en defensa de la familia tradicional,...